Sobre qué?... cualquier cosa, música, filosofía, poesía, y lo que sea que se nos venga a la cabeza.

lunes, 15 de septiembre de 2014

Tabaquería

No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo.

Ventanas de mi cuarto,
de mi cuarto de uno de los millones de gente que nadie sabe quién es
(y si supiesen quién es, ¿qué sabrían?),
dais al misterio de una calle constantemente cruzada por la gente,
a una calle inaccesible a todos los pensamientos,
real, imposiblemente real, evidente, desconocidamente evidente,
con el misterio de las cosas por lo bajo de las piedras y los seres,
con la muerte poniendo humedad en las paredes y cabellos blancos en los hombres,
con el Destino conduciendo el carro de todo por la carretera de nada.

Hoy estoy vencido, como si supiera la verdad.
Hoy estoy lúcido, como si estuviese a punto de morirme
y no tuviese otra fraternidad con las cosas
que una despedida, volviéndose esta casa y este lado de la calle
la fila de vagones de un tren, y una partida pintada
desde dentro de mi cabeza,
y una sacudida de mis nervios y un crujir de huesos a la ida.

Hoy me siento perplejo, como quien ha pensado y opinado y olvidado.
Hoy estoy dividido entre la lealtad que le debo
a la tabaquería del otro lado de la calle, como cosa real por fuera,
y a la sensación de que todo es sueño, como cosa real por dentro.

He fracasado en todo.
Como no me hice ningún propósito, quizá todo no fuese nada.
El aprendizaje que me impartieron,
me apeé por la ventana de las traseras de la casa.
Me fui al campo con grandes proyectos.
Pero sólo encontré allí hierbas y árboles,
y cuando había gente era igual que la otra.
Me aparto de la ventana, me siento en una silla. ¿En qué voy a pensar?
¿Qué sé yo del que seré, yo que no sé lo que soy?
¿Ser lo que pienso? Pero ¡pienso ser tantas cosas!
¡Y hay tantos que piensan ser lo mismo que no puede haber tantos! 
¿Un genio? En este momento
cien mil cerebros se juzgan en sueños genios como yo,
y la historia no distinguirá, ¿quién sabe?, ni a uno,
ni habrá sino estiércol de tantas conquistas futuras.
No, no creo en mí.
¡En todos los manicomios hay locos perdidos con tantas convicciones! 
Yo, que no tengo ninguna convicción, ¿soy más convincente o menos convincente?

No, ni en mí...
¿En cuántas buhardillas y no buhardillas del mundo
no hay en estos momentos genios-para-sí-mismos soñando?
¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas
-sí, verdaderamente altas y nobles y lúcidas-,
y quién sabe si realizables, no verán nunca la luz del sol verdadero
ni encontrarán quien les preste oídos?
El mundo es para quien nace para conquistarlo
y no para quien sueña que puede conquistarlo, aunque tenga razón.
He soñado más que lo que hizo Napoleón.
He estrechado contra el pecho hipotético más humanidades que Cristo,
he pensado en secreto filosofías que ningún Kant ha escrito.
Pero soy, y quizá lo sea siempre, el de la buhardilla,
aunque no viva en ella;
seré siempre el que no ha nacido para eso;
seré siempre el que tenía condiciones;
seré siempre el que esperó que le abriesen la puerta al pie de una pared sin puerta
y cantó la canción del Infinito en un gallinero,
y oyó la voz de Dios en un pozo tapado.
¿Creer en mí? No, ni en nada.
Derrámame la naturaleza sobre mi cabeza ardiente
su sol, su lluvia, el viento que tropieza en mi cabello,
y lo demás que venga si viene, o tiene que venir, o que no venga.
Esclavos cardíacos de las estrellas,
conquistamos el mundo entero antes de levantarnos de la cama;
pero nos despertamos y es opaco,
nos levantamos y es ajeno,
salimos de casa y es la tierra entera,
y el sistema solar y la Vía Láctea y lo Indefinido.

(¡Come chocolatinas, pequeña,
come chocolatinas!
Mira que no hay más metafísica en el mundo que las chocolatinas,
mira que todas las religiones no enseñan más que la confitería.
¡Come, pequeña sucia, come!
¡Ojalá comiese yo chocolatinas con la misma verdad con que comes! 
Pero yo pienso, y al quitarles la platilla, que es de papel de estaño,
lo tiro todo al suelo, lo mismo que he tirado la vida.)

Pero por lo menos queda de la amargura de lo que nunca seré
la caligrafía rápida de estos versos,
pórtico partido hacia lo Imposible.
Pero por lo menos me consagro a mí mismo un desprecio sin lágrimas,
noble, al menos, en el gesto amplio con que tiro
la ropa sucia que soy, sin un papel, para el transcurrir de las cosas,
y me quedo en casa sin camisa.

(Tú, que consuelas, que no existes y por eso consuelas,
o diosa griega, concebida como una estatua que estuviese viva,
o patricia romana, imposiblemente noble y nefasta,
o princesa de trovadores, gentilísima y disimulada,
o marquesa del siglo dieciocho, descotada y lejana,
o meretriz célebre de los tiempos de nuestros padres,
o no sé qué moderno -no me imagino bien qué-,
todo esto, sea lo que sea, lo que seas, ¡si puede inspirar, que inspire!
Mi corazón es un cubo vaciado.
Como invocan espíritus los que invocan espíritus, me invoco
a mí mismo y no encuentro nada.
Me acerco a la ventana y veo la calle con absoluta claridad,
veo las tiendas, veo las aceras, veo los coches que pasan,
veo a los entes vivos vestidos que se cruzan,
veo a los perros que también existen,
y todo esto me pesa como una condena al destierro,
y todo esto es extranjero, como todo.)

He vivido, estudiado, amado, y hasta creído,
y hoy no hay un mendigo al que no envidie sólo por no ser yo.
Miro los andrajos de cada uno y las llagas y la mentira,
y pienso: puede que nunca hayas vivido, ni estudiado, ni amado ni creído
(porque es posible crear la realidad de todo eso sin hacer nada de eso);
puede que hayas existido tan sólo, como un lagarto al que cortan el rabo
y que es un rabo, más acá del lagarto, removidamente.

He hecho de mí lo que no sabía,
y lo que podía hacer de mí no lo he hecho.
El disfraz que me puse estaba equivocado.
Me conocieron enseguida como quien no era y no lo desmentí, y me perdí.
Cuando quise quitarme el antifaz,
lo tenía pegado a la cara.
Cuando me lo quité y me miré en el espejo,
ya había envejecido.
Estaba borracho, no sabía llevar el dominó que no me había quitado.
Tiré el antifaz y me dormí en el vestuario
como un perro tolerado por la gerencia
por ser inofensivo
y voy a escribir esta historia para demostrar que soy sublime.

Esencia musical de mis versos inútiles,
ojalá pudiera encontrarme como algo que hubiese hecho,
y no me quedase siempre enfrente de la tabaquería de enfrente,
pisoteando la conciencia de estar existiendo
como una alfombra en la que tropieza un borracho
o una estera que robaron los gitanos y no valía nada.

Pero el propietario de la tabaquería ha asomado por la puerta y se ha quedado a la puerta.
Le miro con incomodidad en la cabeza apenas vuelta,
y con la incomodidad del alma que está comprendiendo mal.
Morirá él y moriré yo.
Él dejará la muestra y yo dejaré versos.
En determinado momento morirá también la muestra, y los versos también.
Después de ese momento, morirá la calle donde estuvo la muestra,
y la lengua en que fueron escritos los versos,
morirá después el planeta girador en que sucedió todo esto.
En otros satélites de otros sistemas cualesquiera algo así como gente
continuará haciendo cosas semejantes a versos y viviendo debajo de cosas semejantes a muestras,
siempre una cosa enfrente de la otra,
siempre una cosa tan inútil como la otra,
siempre lo imposible tan estúpido como lo real,
siempre el misterio del fondo tan verdadero como el sueño del misterio de la superficie,
siempre esto o siempre otra cosa o ni una cosa ni la otra.

Pero un hombre ha entrado en la tabaquería (¿a comprar tabaco?),
y la realidad plausible cae de repente encima de mí.
Me incorporo a medias con energía, convencido, humano,
y voy a tratar de escribir estos versos en los que digo lo contrario.
Enciendo un cigarrillo al pensar en escribirlos
y saboreo en el cigarrillo la liberación de todos los pensamientos.
Sigo al humo como a una ruta propia,
y disfruto, en un momento sensitivo y competente,
la liberación de todas las especulaciones
y la conciencia de que la metafísica es una consecuencia de encontrarse indispuesto.

Después me echo para atrás en la silla
y continúo fumando.
Mientras me lo conceda el destino seguiré fumando.
(Si me casase con la hija de mi lavandera
a lo mejor sería feliz.)
Visto lo cual, me levanto de la silla. Me voy a la ventana.

El hombre ha salido de la tabaquería (¿metiéndose el cambio en el bolsillo de los pantalones?).
Ah, le conozco: es el Esteves sin metafísica.
(El propietario de la tabaquería ha llegado a la puerta.)
Como por una inspiración divina, Esteves se ha vuelto y me ha visto.
Me ha dicho adiós con la mano, le he gritado ¡Adiós, Esteves! , y el Universo
se me reconstruye sin ideales ni esperanza, y el propietario de la tabaquería se ha sonreído.

F. Pessoa.



lunes, 3 de febrero de 2014

Yo, que tantos hombres he sido ...


Yo, que tantos hombres he sido ...

reza el inicio de un muy popular verso del maestro Borges. Forma parte de un poema en sí mismo enigmático; enigmático por su título "Le regret d'heraclite", enigmático porque está formado por dos simples frases, empero versos poderosos como casi todos los del maestro, y enigmático porque la mujer citada en dicho poema, Matilde Urbach, nos ha sido esquiva por mucho tiempo.

Claro, en la actualidad basta con hacer una corta búsqueda por la red, y vendrán algunas respuestas respecto al origen de la mujer en cuestión, sin embargo, no hay una solución definitiva, solo historias, cuentos y especulaciones.

Creo que a este punto lo menos importante de la historia es conocer los detalles precisos del enunciado. Es ya de común acuerdo aceptar el hecho de que el personaje proviene de una novela que en algún momento pasó por manos del maestro. Y es que a decir verdad, la magia del verso no se encuentra en encontrar una explicación -y aquí pido excusas por el especial oxímoron-, sino en vivirlo como se hace normalmente con los pasajes y versos de Borges.

Quisiera saber si Heráclito en realidad se lamentó de la suerte humana que él mismo describió. Si al menos una pequeña queja por el destino cambiante de los hombres. Por mi parte espero que no, aceptar el simple enunciado de la impermanencia, abrazarlo como uno de nuestros tesoros más preciados me parece más digno de júbilo que de tristeza. Sé muy bien que muchos desearían que no fuera de esa manera, supongo que todos habremos deseado en algún momento de nuestras vidas que el tiempo se detuviera en un instante y permanecer allí por el resto de nuestras existencias, pero sencillamente no es así. Tal vez por ese deseo oculto de los hombres, en alguna oportunidad la impemanencia fue pintada como un feroz mostruo, con garras, dientes y muchos ojos, simplemente devorando la vida y la muerte. 

La verdad no entiendo por qué Borges lo pintó de esa manera, describiendo al filósofo con un lamento, y así decide nominar sus fabulosos versos. No porque en realidad el filósofo se lamentase de algo, sino porque fue el mismo Borges quien lanzó el quejido. Quizà el mismo se resistía a la impermanencia.

Recuerdo hace ya algún tiempo haber presentado un poema relacionado con este tema (link), por demás recurrente en todo lo que escribo, en aquel caso Benedetti decía:

después de todo hay hombres que no fui
y sin embargo quise ser
si no por una vida al menos por un rato
o por un parpadeo
en cambio hay hombres que fui
y ya no soy ni puedo ser
y esto no siempre es un avance
a veces es una tristeza

No es mucho lo que puedo agregar al tema aparte de unas pocas palabras. Como en el verso de Borges, he sido infinitos hombres, porque infinitos instantes he estado sobre esta tierra, y como Heráclito afirmó, me he bañado en cada uno de ellos; porque el universo es tal vez infinito también, y como cualquier otro, soy parte de èl y cuando mi día termine lo seré aún más.

... no he sido nunca aquel en cuyo abrazo desfallecía Matilde Urbach”


Para terminar una canción que me encanta, de un artista que presenté en una entrada anterior, se trata de Nick Cave con "Mermaids".



jueves, 1 de agosto de 2013

Aquí (Tutaj)

Ya entrado en años, después de transcurrir un largo camino buscando mejorar su estilo, Jorge Luis Borges pregonó con insistencia lo que había logrado decantar luego de su experiencia produciendo literatura: desprenderse de los excesos. Llegó incluso a tildar gran parte de su obra como “excesivamente Barroca”, plena de artilugios y adornos innecesarios. Por otra parte, Wisława Szymborska representa el ejemplo perfecto para lo que Borges defendió con vehemencia, un modo de escribir sencillo, de temas y palabras simples y claras, que pueden encontrarse en boca de cualquier persona, en cualquier momento y lugar.

El día de hoy quiero compartir uno de mis poemas favoritos de Szymborska. Contrario a las entradas anteriores que estuvieron dedicadas a algunas manifestaciones de la esperanza que habita en los hombres, la de hoy está dedicada a la simplicidad del mundo y por qué no decirlo abiertamente, de la vida misma.

El poema tiene por nombre “Aquí”, o al menos en su versión castellana, pues la literatura de Szymborska fue escrita originalmente en Polaco. Siempre que lo leo me hace recordar a una persona, tal vez por ese motivo hoy me tomo el tiempo de sentarme a reflexionar un poco sobre él y sobre las impresiones que me deja.

Nuestro mundo es el producto de miles de millones de años marcados por ciclos que han ido del caos de la formación, a periodos de tranquilidad y orden, que son nuevamente reemplazados por destrucción y nuevamente caos; de cambios lentos, o algunas veces no tanto, que al final nos han llevado al punto en que nos encontramos. Estos cambios han logrado producir esta criatura caprichosa y necia, que cuenta con la particular capacidad de tener auto-conciencia, lo que le ha servido para ponerse encima de cualquier otro ser con quien tenga la mala fortuna de compartir este vecindario. Su auto-conciencia le ha permitido desarrollar medios de comunicación complejos, el arte en sus distintas formas, la literatura; las religiones con sus respectivos dioses, acordes a las necesidades de cada grupo y época y, cómo no, de causar todo el sufrimiento a todo y a todos por el motivo que corresponda a la situación.

En este lugar dice Szymborska “hay bastante de todo\ Aquí se fabrican sillas y tristezas,\ tijeras, violines, ternura, transistores...”,  vida y muerte, todo bailando al mismo tono que marca el tiempo como referencia y que claro, no se detiene un solo instante. Creo, y espero no equivocarme al afirmar tal cosa, que sencillamente no falta nada.

Hace mucho sostengo, que si bien la belleza del mundo no proviene de los hombres, también debo ser lo suficientemente honesto para aclarar que tal belleza está viciada por mis propios ojos, por mi propia vanidad, mis propios odios y mis propios amores. Tengo que admitir, aunque advierto que estoy abusando fuertemente del lenguaje, que en este mundo hay tantas cosas bellas como ojos que las observan, simple y llanamente tantas como realidades percibidas, tantas y ya sabemos que no hay ninguna realmente. Szymborska escribe: “puede que en otro sitio haya lugares así,\ aunque nadie los encuentra bonitos...”. Me resulta asombroso, por decir lo menos, cómo dos sencillos versos pueden condensar toda una idea que puede hacerse tan compleja y extensa como se desee.

En este lugar hemos construido nuestro propio y particular grupo social. Una de nuestras tristes ironías es el hecho de sentirnos entidades únicas, autónomas e independientes; cuando al final del día no somos más que apéndices de nuestra suerte de grifo, uno por demás hecho a nuestra medida, moldeado con nuestros miedos, frustraciones y ambiciones. Cada tanto introducimos algunos cambios para ajustarnos a los imprevistos, a aquellos detalles que se salen de nuestro control y al final terminamos disfrazando todo para retornar a nuestro lugar común lleno de comodidad.

¡Ah! Y como si fuera poco, ese cristal a través del cual miran nuestros ojos está hecho precisamente de ignorancia, el último de los venenos que recorrerá esta tierra. Esa ignorancia es la que nos da la capacidad única y casi sagrada de juzgar, de comparar, de definir el bien y el mal, de discernir quién, qué, o cuándo pertenece a un bando o al otro. Escribe Szymborska “la ignorancia tiene aquí mucho trabajo,\ todo el tiempo cuenta, compara, mide…”.

La ignorancia traza planes, estima, proyecta, fabrica carreteras que nadie sabe a dónde llevan, cuando en realidad no tiene la más mínima importancia, al final somos polvo al viento que se levanta con la más leve brisa de cualesquiera de los elementos que tenga a bien perturbar nuestra anhelada calma.

Para mí, este poema tiene una particularidad adicional, mi estrofa favorita, tal vez la que me resulta más emotiva, es irónicamente aquella con la cual no me siento cómodo, podría decir que objeto seriamente lo allí escrito. En efecto creo, como dice Szymborska, que “la vida en la tierra sale bastante barata”, más por los sueños se paga un precio tan alto que nunca será suficiente, y cuanto más lejos se esté de ellos, mejor, de las ilusiones es mejor no hablar.

Sin embargo, pues no quiero dejar un mal sabor de boca, como dice aquí Szymborska, la mesa está allí dispuesta con el papel donde debe estar, con el aire fresco entrando por las ventanas constantemente, y con los muros aún en pie. Como afirmó la misma Szymborska en una entrevista:

 “El mundo es cruel, pero merece también otros calificativos más compasivos”.


Aquí

No sé cómo será en otras partes,
pero aquí en la Tierra hay bastante de todo.
Aquí se fabrican sillas y tristezas,
tijeras, violines, ternura, transistores,
diques, bromas, tazas.

Puede que en otro sitio haya más de todo,
pero por algún motivo no hay pinturas,
cinescopios, empanadillas, pañuelos para las lagrimas.

Aquí hay un sinfín de lugares con sus alrededores.
Algunos te pueden gustar especialmente,
puedes llamarlos a tu manera,
y librarlos del mal.

Puede que en otro sitio haya lugares así,
aunque nadie los encuentra bonitos.


Quizá como en ningún sitio, o en pocos sitios,
aquí tengas un torso separado
y con él los instrumentos necesarios
para añadir los propios a los niños de otros.
Y además brazos, piernas y una cabeza sorprendida.

La ignorancia tiene aquí mucho trabajo,
todo el tiempo cuenta, compara, mide,
saca de ello conclusiones y raíces cuadradas.

Ya, ya sé lo que estás pensando.
Aquí no hay nada duradero,
porque desde siempre hasta siempre está en manos de los elementos.

Pero date cuenta: los elementos se cansan rápido
y a veces tienen que descansar mucho
antes de comenzar otra vez.

Y sé qué más estás pensando.
Guerras, guerras, guerras.
Pero incluso entre las guerras a veces hay pausas.
¡Firmes! -la gente es mala.
Descansen -la gente es buena.
A la voz de firmes se produce devastación.
A la voz de descansen se construyen casas sin descanso
y rápidamente se habitan.

La vida en la tierra sale bastante barata.
Por los sueños, por ejemplo, no se paga ni un céntimo.
Por las ilusiones, sólo cuando se pierden.
Por poseer un cuerpo se paga con el cuerpo.

Y por si eso fuera poco,
giras sin billete en un carrusel de planetas,
y junto a éste, de gorra, en un torbellino de galaxias,
en unos tiempos tan vertiginosos
que nada aquí en la Tierra llega ni siquiera a moverse.

Porque mira bien:
la mesa está donde estaba,
en la mesa una carta, colocada como estaba,
a través de la ventana un soplo solamente de aire,
y en las paredes ninguna terrorífica fisura
por la que el viento te lleve a ninguna parte.


Wislawa Szymborska.

Para terminar una canción que en verdad me encanta y por diversos motivos la encuentro muy relacionada con el post de hoy. Se trata de Ulver del álbum "Shadows of the Sun" con "All the Love".

All The Love - Ulver

lunes, 11 de febrero de 2013

Masa

Una vez más traigo por este sitio algo de la obra de César Vallejo. Aquel amado y a la vez vapuleado de la literatura latinoamericana. Este poema es algo particular dentro de la vida y obra de Vallejo. Es bien conocido que la muerte es más que una constante en la obra de Vallejo, es casi el tema central. Los Heraldos negros (1919), libro del cual ya presenté un poema homónimo, y tal vez uno de sus más populares, es todo un canto a la muerte como único camino y fin en la vida. Vallejo, se dice, consideraba la vida completamente inútil, pues desde siempre tuvo en mente la burla y la desgracia de nacer solamente para volver a morir.


Sin embargo el poema que presento a continuación es todo lo contrario, algo casi esperanzador, en donde es posible vencer a la muerte, donde toda la compasión de la humanidad reunida en un único deseo, es capaz de traer a uno que ya no se encuentra más entre los vivos. Creo que es una evocación a los mitos cristianos, al fin y a cabo en la época en que creció Vallejo era imposible escapar de la tragedia de la educación cristiana y en él siempre era evidente la necesidad de espiritualidad, esto último reflejado en su famoso Espergesia.


En general el término masa es empleado para definir un conglomerado de personas. A veces asociada a la lucha de clases, y en otras como en mi caso, despreciada por su amorfismo e inherente torpeza, no obstante aquí Vallejo la ha transformado en vehículo de esperanza. Quisiera ser solidario una vez más con las voces de la esperanza,  al igual que en la entrada anterior, pero no, hoy sencillamente no me uno a la causa de arrancar de los brazos de la muerte a un hombre, porque como una vez escribiera Saramago es un su bello evangelio:


"...María de Magdala pone una mano en el hombro de Jesús y dice, Nadie en la vida tuvo tantos pecados que merezca morir dos veces..."

Masa

Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: «No mueras, te amo tanto!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Se le acercaron dos y repitiéronle:
«No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando: «Tanto amor, y no poder nada contra la muerte!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: «¡Quédate hermano!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Entonces, todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar.

César Vallejo


Para completar la entrada de hoy traigo dos canciones. La primera de ellas me encanta, aún no me decido cuál de las versiones que conozco, si la original de los "The Beau Brummels" o  el excelente cover hecho por Ulver. Aquí dejo la versión original, pero quien lo desee puede seguir el link.



Por otro lado, una canción que me ha llamado bastante la atención, tanto la canción en sí misma como el vídeo. Se trata de "Jubilee Street" de "Nick Cave & The Bad Seeds", algo realmente interesante.


sábado, 25 de agosto de 2012

Los justos


Debo empezar por mencionar el motivo inicial de esta entrada, el día de hoy se conmemoran 112 años de la muerte del gran filósofo alemán Friedrich Nietzsche. En realidad su obra no se reduce únicamente a la filosofía, también fue compositor mediocre (según Wagner, creo), poeta y filólogo entre otros mesteres. Sin embargo, difícilmente alguien podrá negar que su verdadero legado a la humanidad fue el contenido de sus textos filosóficos.

Hasta hace no más de media hora, tenía en mi mente seguir desarrollando la idea del párrafo precedente; quizá tocar algunas de sus ideas, textos, cartas, o algo por el estilo. O por qué no, del juego en que algunas veces me descubro, preguntándome si el lugar en que me encuentro parado en ese instante, en los alrededores de la conocida Piazza San Carlo al centro de Turín, fue el mismo lugar donde este hombre perdió su razón; allí mismo donde se dice que abrazado a unos caballos cayó sumido en su delirio, de donde le fue arrebatada de su alma la cordura, alejada para nunca más volver a él. Y si acaso fuera ese el lugar correcto, deseando también caer abrazado a un caballo inexistente y que lo que sea que quede de mi cordura sea arrancado allí de un solo tajo.

Todo este discurso estaba en mi mente hasta hace media hora, justo antes de empezar a leer una hermosa entrada de un blog de un conocido escritor colombiano llamado Héctor Abad Faciolince, la cual definitivamente sacó de mi cabeza cualquier otra idea, me obligó a sentarme a escribir algo y así salir del ostracismo en que me encuentro desde hace ya bastante tiempo. La columna lleva por nombre “Acuérdate de olvidar” (link) y es un sentido homenaje a los mártires de la vacua lucha, aquella bañada por ríos de tinta y sangre, la mayoría de ellos lavados al día siguiente, por más tinta y muchas veces por más sangre. En este caso particular el mártir fue su padre, asesinado hace 25 años en uno de tantos ominosos días de nuestra historia. Esa historia de la que ni siquiera nos dimos cuenta que se estaba escribiendo, mientras desde la comodidad de nuestros hogares crecíamos, quienes éramos chicos, o simplemente ignoraban, quienes ya no lo eran más. Quisiera realmente que todas las personas se dieran la oportunidad, al menos un par de ocasiones, de leer esta columna sin dejarla pasar de largo.

Provista de una prosa amable, una amabilidad que sólo ha podido regalar el trascurrir de un cuarto de siglo, es un recorrido por las emociones que él y su familia experimentaron durante y después del amargo episodio, de intimidades, del perdón que no me es del todo claro si ha llegado, del hastío y la rabia que produce seguir viendo correr los mismos ríos día tras día, el recuerdo del cuerpo aún tibio del recién caído. Se nota un marcado énfasis en reemplazar el mal por el bien, los recuerdos malos por los buenos, el no seguir desperdiciando cada 25 de agosto rememorando el olor de la sangre, al fin y al cabo, se desea homenajear la grandeza del mártir, no la bajeza de sus verdugos.

En medio de esta lucha es donde se produce la transición hacia otros caminos, cambia el tono, ya no es una amabilidad masticada a lo largo de los años, macerada con el rencor y humedecida con sus lágrimas agrias. En cambio es reemplazada, y aquí si me es otorgada la licencia de ser tan minimalista y sencillo, por simple y llana esperanza. Y en ese punto, la catarsis, la purificación; no por el fuego como era la bárbara usanza católica, sino por la palabra, la siempre pródiga y verdaderamente santa palabra, de las manos de uno de sus grandes exponentes, el maestro Jorge Luis Borges.

Los justos

Un hombre que cultiva su jardín, como quería Voltaire.
El que agradece que en la tierra haya música.
El que descubre con placer una etimología.
Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez.
El ceramista que premedita un color y una forma.
El tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada.

Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.
El que acaricia un animal dormido.
El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.
El que agradece que en la tierra haya Stevenson.
El que prefiere que los otros tengan razón.
Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.

Este poema es un canto a la esperanza, a la gratitud por estar vivos; a la simplicidad del mundo, que enceguecidos por nuestra propia torpeza vemos cada vez más complicado. En la columna de Faciolince se encuentra un breve resumen de la interpretación hecha a este poema, por mi parte tomaré algo de allí y otro material recopilado en la red mientras escribo estas líneas.

Básicamente “el justo” es una figura propia de la mitología judeo-cristiana, indicativa de aquel provisto de santidad, usando el lenguaje comúnmente asociado. Reza el Talmud:

“En todo tiempo hay siempre treintaiséis justos sobre la faz de la tierra, cuando ellos desaparezcan el mundo acabará. No se conocen entre ellos y cuando uno de los justos muere es inmediatamente sustituido por otro. Se los representa como extremadamente modestos, humildes e ignorados por el resto de las personas”.

En resumen, estamos en este mundo gracias a la existencia de estos hombres.

“Nada más que veinte fanegas de tierra -respondió el turco- que labro con mis hijos; y el trabajo nos libra de tres insufribles calamidades: el aburrimiento, el vicio y la necesidad”, escribió Voltaire a quien Borges pinta cultivando el jardín de la virtud, en rechazo a las tesis de moral religiosa vacía y conformista de Leibniz. Evoca entonces a los amantes de la música, o ¿quién puede afirmar que no ha sido tocado al menos una vez por una pieza musical? A los que viven enamorados de las palabras, a aquellos que hacen bien su labor no obstante algunas veces no les resulte placentera. A la lujuria desenfrenada de los amantes y también a aquel que goza de uno de los amores simples, el amor por los animales. A aquellos que cuando niños fueron tocados por “La isla del tesoro” y siendo ya adultos por el doctor Jekyll. Al que regala el olvido, porque el mismo Borges lo describió como el único perdón y la única venganza. Y sobre todo a aquellos que practican la tolerancia cada día.

Cualquier persona que me conozca sabrá que no soy un hombre de esperanzas, de hecho me parece un poco extraño que un hombre viejo las tenga, pero hoy por la gracia de la palabra he decidido serlo. Hoy decido, al menos mientras escribo traicionar mis propias ideas, porque quienes no lo logran siguen bañando el mundo en sangre. Hoy no esperaré que el azul Melancholia complete su órbita mortal, y borre para siempre este miserable mundo. Deseo ser solidario con las palabras de un hombre, porque caminó en la misma plaza que yo y quiero imaginar que también él se encontró esperando perder la cordura como Nietzsche, quien tal vez nunca renunció a la desesperanza.

Porque en su último verso Borges nos dice que estos justos son simples extraños, que ni siquiera ellos mismos saben que lo son, así que tal vez uno de ellos está leyendo estas palabras, o varios, o ninguno; o quizá sea buena idea empezar a comportarse como tal, y al menos así estar seguro de que hay un injusto menos en el mundo.

domingo, 22 de abril de 2012

El cielo de los hombres.



Odi et amo. Quare id faciam, fortasse requiris.
Nescio, sed fieri sentio et excrucior


Muy temprano esa mañana, Amadeo salió de su casa de la misma manera como lo venía haciendo desde su infancia, cuando al lado de su padre y hermanos recorría de pueblo en pueblo, de feria en feria; vendiendo sombreros, juguetes para los pequeños o cualquier artilugio que pudiera resultar benéfico para el modesto negocio familiar. Cuando cruzó el portal de su humilde casa, dio una corta ojeada sobre su hombro izquierdo, como aquel que sabe lo que hay detrás de sí pero no desea mirarlo de frente. Dejaba atrás años de costumbre, de rutina, de miseria, de cortas alegrías, del hastío que le producía vivir, al final, de todo lo que amaba y odiaba de su ser. Su vida, como la de cualquier ente que vaga por estas tierras atormentadas por los dioses desde no se sabe cuándo, era una enorme ola de repeticiones con leves perturbaciones esporádicas que le sacaban de su curso tradicional, pero que al final del día terminaban por regresar a su estado natural.

A las 8 de la mañana el día era gris y frío como casi todos los de esa temporada, el sol apenas si asomaba, en cambio, lo único que se podía divisar eran los nubarrones, la brisa y la humedad persistente de la noche anterior; el aire seco y polvoroso de hace apenas un par de meses, se había convertido en una masa húmeda de hojas con el color y olor de la muerte, cargado de ese aroma sin una descripción precisa que se percibe en el aire cuando la niebla turbia y gélida hace presencia. Llevaba la mirada ausente, habiendo ya perdido la curiosidad de los ojos jóvenes, solo le restaba descargar su indiferencia sobre esa mezcla cada vez más homogénea del tono gris de las piedras que forman el vetusto suelo de la plaza, desgastadas con el ir y venir de los mercaderes, transeúntes y compradores; animales con todo tipo de pelambre y cualquier cantidad de miembros inferiores. Entre paso y paso lo único que le restaba era rumiar sus propios pensamientos, pues era el fundamento de su diario sustento y allí definitivamente no era válida la desidia, pensaba en cuál sería el discurso que utilizaría para ofrecer su mercancía ese nublado día.

Después de recorrer los caminos oleosos y húmedos por la sal derramada la noche anterior, llegó al que era su lugar de trabajo desde hacía décadas, desde que decidió que más que raíces un hombre anhela costumbre. Fue allí donde, como lo venía haciendo desde su infancia, Amadeo comenzó su diaria prédica. La única diferencia con respecto a todas las mañanas anteriores era el objeto de su discurso; cada día venía al mismo estrecho pasaje de esta plaza, adornado por las telas de araña en los rincones de los arcos otrora color ocre, que hoy en medio del polvo acumulado se tornan grisáceos, cubiertos de extremo a extremo con los años de laboriosa dedicación de los minúsculos insectos que habitan los rincones de cada lugar. Se paraba allí para vender bienes sin mayor relevancia, algunas veces víveres, pan, frutos y vegetales de estación. Otras veces ofrecía antigüedades, estas últimas con la enorme ventaja de un posible parroquiano más despistado que desafortunado, quien no muy docto en las lides de adquirir estos raros elementos, podría resultar en la gran venta del día. Al final decidió que esa mañana se dispondría a vender algo verdaderamente importante, un secreto que la humanidad había estado esperando por siglos. Quizá, ni siquiera él mismo comprendía la importancia de lo que quería vender en un día tan poco memorable para el mundo, pues su móvil no iba más allá del deseo de obtener un par de doblones extra para sus cada vez más débiles arcas personales. Sin embargo, basado en la experiencia matutina de cada domingo, en una plaza rebosante siempre de almas hambrientas y deseosas, sabía que sus expectativas, económicas claro, no podían ser mejores.

Después de tantos años en estas plazas de mercado, había descubierto que no importa el objeto que ofrezca, siempre habrán personas interesadas en sus mercancías, bien sean, indispensables, solo importantes, o completamente banales en innecesarias.

El hambre del mundo no tiene límite, mezquina o virtuosa un alma siempre será un alma, y siempre tendrá hambre –pensaba para sí mismo, mientras recogía la mercancía que no pudo ser vendida al terminar de su jornada cada atardecer, no obstante a que siempre regresaba a su hogar con algo en los bolsillos. Fue tal vez la cosa más importante que aprendió en su diario vivir, al menos desde su consciencia, pues la mayoría de las lecciones útiles de su vida pasaban prácticamente desapercibidas.

Damas y caballeros, aquellos que apenas os movéis a cuatro, aún en dos o ya en tres piernas, venid a mí, pues el día de hoy os presentaré el milagro que habéis estado esperando desde el inicio de los tiempos, desde que Adán y su fémina compañía violentaron el mandato de los cielos. Porque os digo mis queridos parroquianos, para los jóvenes no es demasiado pronto y para los viejos tarde tampoco será.

Del mismo modo continuó su enérgico discurso por unos minutos. Al inicio no ganó mayor atención, aquellos que ya lo conocían lanzaban miradas perdidas entre la desconfianza y el desdén. Otros sentían algo de curiosidad por cuanto predicaba el mendaz personaje, pero para quienes la curiosidad era simplemente un lujo de infantes o de ricos era preferible seguir en sus asuntos. A pesar de esto, poco a poco comenzó a concentrar un pequeño grupo de personas a su alrededor.

No miento, en este frasco se encuentra encerrado todo lo que os ha sido prometido desde el inicio, y que aún si acaso lo sabéis, o lo podéis entender, no habéis podido comprobar con vuestros propios sentidos. Toda la verdad me ha sido revelada, he sido bendecido y aquí en esta humilde plaza de mercado os presento mi descubrimiento, que sólo por una muy módica cantidad pasará a vuestras manos.

Uno de sus espectadores le auscultaba detenidamente, era un hombre de aspecto menudo, altiva mirada y actitud pretenciosa, del tipo de personas a quienes sí les es permitida la curiosidad. Se paró frente a él a escuchar su discurso con ánimo más desafiante e incrédulo que curioso. Andreas era un hombre acucioso, de pensamiento agudo y firmes ideas, su frente dividida en dos partes por un marcado seño, denotaba su eterna posición frente al mundo.

Yo no vivo, solo observo y aprendo –se repetía hasta la saciedad, como justificándose cada día frente al mundo por su casi ridícula postura. Sin mayor preámbulo lanzó el primer ataque contra el vendedor.

¿Pero qué dices hombre falaz, cómo te puedes presentar ante nosotros con tan engañosas palabras, cómo es posible que tú, timador impío, hayas podido encontrar lo que todos hemos estado buscando desde el primer amanecer? ¿Acaso crees que no te he visto engañar asnos parados en dos piernas, que terminan enredados entre bagatelas y fruslerías? Cuando no es el pan viejo, es la fruta podrida escondida bajo las frescas, no tienes nada que ofrecer más que otro engaño –reclamó sin aflojar su expresión ni por un segundo.

No os engaño, en este frasco se encuentra todo aquello que habéis deseado desde que entre llanto, sudor y sangre vuestras madres os arrojaron a este mundo. No es necesario que roguéis más a los cielos, ni que temáis a los infiernos, pues aquello yo aquí os presento no requiere ni una sola plegaria más, al templo solo será necesaria vuestra asistencia para recibir la ración semanal de miedo e ignominia.

No obstante el convencimiento con que el vendedor presentaba su mágico producto, Andreas se negaba a aceptar que aquel hombre insignificante hubiera podido encontrar aquello en lo cual había invertido los buenos años, aquellos que ya se habían ido y no regresarían; aquello que le había quitado el sueño por décadas y le seguía siendo esquivo, mientras miraba como los seres entraban, salían y volvían a entrar por las puertas de su vida, delanteras en algunas oportunidades, traseras en otras. Más que cualquier otra cosa, le resultaba impropio el encontrarse indigno de la revelación, mientras aquel desdichado se había hecho con ella.

¿Y cuál ha sido el producto de tu alquimia, que acaso lograste convertir el plomo en oro como tus ancestros estafadores prometieron? Quimeras traes y ofreces, nada más que eso. ¿Cómo puedes afirmar que no se necesitará jamás del favor de ningún dios, y a la vez hablas de verdades reveladas, quién te las ha revelado?  –Amadeo, haciendo caso omiso de sus ataques pero sin perder de vista a su juez siguió predicando.

Con el contenido de este frasco lo tendréis todo, no habrán más búsquedas, no más hambres, no más vacíos en vuestros atribulados corazones, cómo podéis ver mejor negocio no puede haber en este mundo ni en ningún otro. Mayor que la lujuria despertada por la más tierna y cautivadora doncella, más allá de lo que las riquezas podrían ofreceros.

Lo que sea que se encuentre en ese frasco, no lo necesitamos –gritó desde un rincón un tercer hombre, en medio de un montón de trapos sucios, cartones, botellas vacías y cualquier cantidad de accesorios requeridos para sobrevivir una noche fría a la intemperie.

¿Lo ves, hasta un mendigo puede ver lo evidente de tu engaño? –replicó una vez más Andreas, satisfecho por el apoyo recibido de improviso, esto sin imaginar la respuesta que le esperaba.

Ya amaina tu plumaje hombre necio, que el motivo de tu predicamento no va más allá de tu propia vanidad insatisfecha, lo que tus palabras claman es la indignación de verte vencido por este pobre infeliz al que consideras tan inferior a ti, porque desde que eras un crío aprendiste que aún para ser un sabio se requiere de clase. Es eso y la envidia de ver en las manos de otro, la única cosa que creías que te convertía en un hombre especial, en un ser menos miserable que el resto de estas ánimas que deambulan sin saber de dónde ni para dónde; sientes el azote de la verdad en tu cara, ahora sabes que eres tan pobre y vacío y que tu existencia es tan fútil como la de todos nosotros. Gracias al contenido del frasco de aquel que has convertido en tu adversario, estás al mismo nivel en que yo me encuentro, yo que grito desde la piedra fría y que me cubro con trozos de papel y retazos de tela cada noche –Es un hecho que la enfermedad, la muerte y la ignorancia, son capaces de convertir al mendigo y al rey en hombres iguales–. Así vendas tu propia alma por el contenido de ese frasco, no te servirá de nada. 

Y tú, vendedor de miserias, lo único posible sobre esta tierra capaz de cumplir tus promesas es el veneno, y si lo que tienes allí en ese frasco es tu propia cicuta, pues mejor tómala y termina tu tonta prédica.

No represento aquello que os ofrecen desde los púlpitos, pues de sus supuestos frutos nunca he disfrutado y sé que vosotros tampoco, pues solo aquel que levanta su dedo sagrado puede usar y abusar de su poder; lo que ofrezco está aquí y ahora, ni en lo que fue ni en lo que será. 

Los hombres necios gozan de un particular don, pueden vivir en dos universos, el de los demás humanos y el que crean para ellos mismos. Su universo cuenta con reglas únicas y exclusivas que solo aplican para ellos, por supuesto según su conveniencia; desafortunadamente esta singular transmutación de la vigilia tiene dos problemas, por un lado se hace en modo inconsciente, por el otro y aún más grave, están absolutamente inocentes del hecho que todos los universos son el mismo, que es ninguno. Andreas encarnaba todas estas características, así que simplemente hizo caso omiso de las palabras del mendigo, y prosiguió.

¿Cómo es posible que esté encerrado en ese frasco?, aquello que todos buscamos no puede ser encerrado en un frasco, es algo divino, y la divinidad no cabe en tus sucias manos.

¡Ah de vosotros! mis queridos amigos, ¿por qué creéis que todo lo importante proviene de lo divino, y si acaso existe algo de divino, por qué tiene que ser majestuoso. Que acaso no sois capaces de ver lo grandioso en lo simple, lo majestuoso en lo insignificante, en el vacío o en la nada? Pobres almas mías, porque no hay deleite en ello. Habéis decidido vivir en medio del ruido del mundo, tanto que no sabéis ni siquiera cómo suena vuestra propia voz. –Continuó así la discusión entre los hombres por unos minutos, hasta que finalmente Andreas, como era de esperarse, haciendo caso omiso de sus prevenciones y dejando a un lado su propia lógica, accedió a la curiosidad, o al menos como lo pensaba él, en "pro del conocimiento".

Caminó hacia un rincón de la plaza, sus pensamientos eran un mar borrascoso, sin orden alguno en ellos, solo deseaba saciar su sed. Su avaricia le corroía las entrañas, como un niño al retirar el empaque de sus regalos de cumpleaños, no le importaba nada, solo abrir el frasco y obtener en sus manos el objeto de sus deseos, todo su cuerpo trepidaba incesantemente en una mezcla de miedo y éxtasis. Sin darse cuenta, su objeto se había convertido en todo aquello que antes había desdeñado. En ese preciso lugar, en esa esquina de la plaza, en medio de gallinas, cerdos y quesos, él mismo había producido su propia magia, su propio milagro, con una botella entre sus manos había tocado el punto más bajo al que puede caer un hombre, la creación del mito.

Finalmente se armó de valor, intentó fuerte pero en vano calmar sus temblores, respirando una larga bocanada del aire húmedo del momento se dispuso a abrir su preciada posesión.

El contenido del frasco no parecía tener nada de particular, más bien parecía no contener nada o si se quiere ser algo más precisos, nada diferente a simple aire. Comenzaba a pasar por su mente la inevitable pero anhelada conclusión. Empezó a hacer un minucioso examen del frasco y su contenido, intentó detectar alguna característica especial con sus sentidos, agudizó su olfato al máximo, lo inspeccionó minuciosamente con sus ojos, al mismo tiempo que lo frotaba entre las palmas de sus manos, llego al extremo de ponerlo por un momento en su boca para ver si lograba extraer la información allí contenida, información que con tanta vehemencia  prometía el vendedor. 

Mientras tanto Amadeo, ya habiendo cumplido con su misión para ese día se dispuso a regresar a casa, no sin antes repetir como al final de cada una de sus jornadas: 

El hambre del mundo no tiene límite... –A sabiendas o no, del hecho de que tal vez había vendido por un par monedas el modo de calmarla por siempre. Andreas por su parte, solo atinó a decir–: ya lo decía yo, este miserable no podría haber encontrado nada.

Satisfecho por su pírrica victoria tomó su camino de regreso a casa. Dejó el frasco abandonado en medio de la inmundicia del mundo, en aquel rincón de la plaza, el mismo lugar donde acarició brevemente el cielo de los hombres.


lunes, 1 de agosto de 2011

No hay olvido

No hay olvido (sonata)

Si me preguntáis en dónde he estado
debo decir "Sucede".
Debo de hablar del suelo que oscurecen las piedras,
del río que durando se destruye:
no sé sino las cosas que los pájaros pierden,
el mar dejado atrás, o mi hermana llorando.
Por qué tantas regiones, por qué un día
se junta con un día? Por qué una negra noche
se acumula en la boca? Por qué muertos?

Si me preguntáis de dónde vengo tengo que conversar con
cosas rotas,
con utensilios demasiado amargos,
con grandes bestias a menudo podridas
y con mi acongojado corazón.

No son recuerdos los que se han cruzado
ni es la paloma amarillenta que duerme en el olvido,
sino caras con lágrimas,
dedos en la garganta,
y lo que se desploma de las hojas:
la oscuridad de un día transcurrido,
de un día alimentado con nuestra triste sangre.

He aquí violetas, golondrinas,
todo cuanto nos gusta y aparece
en las dulces tarjetas de larga cola
por donde se pasean el tiempo y la dulzura.
Pero no penetremos más allá de esos dientes,
no mordamos las cáscaras que el silencio acumula,
porque no sé qué contestar:
hay tantos muertos,
y tantos malecones que el sol rojo partía,
y tantas cabezas que golpean los buques,
y tantas manos que han encerrado besos,
y tantas cosas que quiero olvidar.

Pablo Neruda.

martes, 17 de mayo de 2011

Poemas morales

Francisco de Quevedo, poeta barroco (1580 - 1645) fue un prominente hombre de su época, de noble cuna y prolífico a la hora de su producción literaria, representante del estilo conocido como "conceptismo". Bien, hasta aquí de historias pues este no es un blog de biografías.


Dentro de los motivos de Quevedo se encuentra una serie de poemas que se pueden clasificar como "poemas morales", una característica que puede encontrarse en otras obras de la época llamada "de oro" en España. Son estos poemas los que más me llaman la atención de Quevedo y a los que quiero dedicar esta entrada. Para ello he seleccionado dos poemas titulados "Que desengaños son la verdadera riqueza" y "Prevención para la vida y para la muerte".

Que desengaños son la verdadera riqueza

¿Cuándo seré infeliz sin mi gemido?
¿Cuándo sin el ajeno fortunado?
El desprecio me sigue desdeñado;
la invidia, en dignidad constituido.

U del bien u del mal vivo ofendido;
y es ya tan insolente mi pecado,
que, por no confesarme castigado,
acusa a Dios con llanto inadvertido.

Temo la muerte, que mi miedo afea;
amo la vida, con saber es muerte:
tan ciega noche el seso me rodea.

Si el hombre es flaco y la ambición es fuerte,
caudal que en desengaños no se emplea,
cuanto se aumenta, Caridón, se vierte.

Excelente, a mi parecer, el trato que da Quevedo a algunos males que aquejan el cotidiano hombre. La envidia, desdeño, odio permanente; son retratados en el el quejido de este hombre atormentado por su mundo ruinoso.

Prevención para la vida y para la muerte

Si no temo perder lo que poseo,
ni deseo tener lo que no gozo,
poco de la Fortuna en mí el destrozo
valdrá, cuando me elija actor o reo.

Ya su familia reformó el deseo;
no palidez al susto, o risa al gozo
le debe de mi edad el postrer trozo,
ni anhelar a la Parca su rodeo.

Sólo ya el no querer es lo que quiero;
prendas de la alma son las prendas mías;
cobre el puesto la muerte, y el dinero.

A las promesas miro como a espías;
morir al paso de la edad espero:
pues me trujeron, llévenme los días.

Este último poema pertenece a una secuencia, si se le puede llamar así, de trabajos en donde Quevedo comienza a saludar a la muerte. Rinde homenaje al tiempo que pasa, mira casi con desdén el acto de vivir que empieza a verse como el acto de morir, v.gr., "ni anhelar a la Parca su rodeo".

Es particularmente en esta serie de poemas donde el contenido moral eleva su carácter, con frases del calibre de "Sólo ya el no querer es lo que quiero", donde los afanes de la juventud se han terminado, y ya el hambre de posesión si bien no es ni será saciada, al menos empieza a sentirse menos agobiante.

Para terminar, una canción que me encanta, originalemte de Dead can Dance, más en este caso en un cover a manos de Ulver. Se trata de "In The Kingdom Of The Blind The One-eyed Are Kings", una frase que recuerdo haber escuchado miles de veces.

In The Kingdom Of The Blind The One-eyed Are Kings





PD. Sirva esta entrada para recordar que hoy se conmemoran dos años de la muerte del poeta Uruguayo Mario Benedetti.

lunes, 11 de abril de 2011

Sobre Funes y la Memoria...

Debo admitir que últimamente, no estoy muy prolífico en cuanto a escritos está relacionado. Menos aún mis acostumbradas lecturas, que prácticamente se redujeron a jornadas en trenes, aeropuertos, estaciones y demás sitios y/o medios en que me transporto cuando viajo ocasionalmente. En medio de una de estas jornadas, cargué entre mis cosas con un par de joyas de la literatura latinoamericana, los dos famosos libros de cuentos del maestro Borges, "El Aleph" (1949) y "Ficciones" (1944); textos que bien se pueden considerar como excelentes compañeros de viaje, incluso hay quienes les ven como material indispensable dentro de la valija de cualquier viajero, que pueden ser disfrutados una vez tras otra, sin perder la vigencia y la capacidad de maravillar que traen entre sus páginas.

Son muchas las historias que albergan estos dos libros, las cuales sobra decir, cualquier persona que se precie de disfrutar de la literatura latinoamericana debe poseer. Historias que deambulan entre el realismo histórico y la ficción metafísica o cosmológica -como si hubiera de otro tipo-, entre herejías sociales y máximas filosóficas, en donde se mezclan las alucinaciones, los relatos, los sueños, los recuerdos y hasta las premoniciones de sus personajes, todo esto acompañado de un profundo y amplio conocimiento humano. La mayoría de ellas comparte sobre todo una característica, son historias dedicadas a la vida y a la muerte, a los vericuetos de la parca tras los hombres, y a las acciones en que estos últimos incurren para evitarla o engañarla, aun para llegar más pronto a ella; al fin y al cabo, de qué otra cosa puede un escritor digno de respeto hablar, más que de la vida y la muerte?

Sobre cualquiera de estas historias podría hacer una entrada; sus particulares sociedades ficticias, con sus sacras lenguas que llenan los anaqueles de las maravillosas empero extrañas bibliotecas. Podría hablar sobre sus muertos, o sus vivos que mientras mueren en el camino al patíbulo regalan al mundo su obscura verdad, o muertos a quienes dios les concede la gracia de vivir un año en un instante infinitamente pequeño, sólo para terminar de escribir un poema; de guerreros abatidos en combate que regresan para cambiar la vergüenza encerrada en su final, o por qué no de traiciones y mezquindades, características sin las cuales un hombre no podría saberse como tal. Quizá podría hablar de sus inmortales, a quienes su eternidad los arrojó a las obscuras cavernas de la inconsciencia, o más aún, de la infinita gloria de su Aleph encerrado en el sótano de una casa cualquiera.

Pero no, de toda esta montaña de fantasía e histrionismo, me he quedado con una particular, la historia de Funes, el memorioso.

Por qué Funes y no todos los demás? quizá porque Funes representa la diferencia, el ciclo infinito. Todo ser humano, indiferente de la escala de miseria en que se encuentre su existencia gozará del mismo regalo, su cuello será pasado por la faca del tiempo y la memoria. A Funes para la mayor de sus desgracias, este don le fue arrebatado, al menos el del olvido.

"...Lo recuerdo (yo no tengo derecho a pronunciar ese verbo sagrado, sólo un hombre en la tierra tuvo derecho y ese hombre ha muerto)..."

Mejores palabras no pudo encontrar el maestro Borges para comenzar una historia, relatando en primera persona, cumpliendo con un deber adquirido por el mero hecho de haber conocido tal prodigio de la vida, un póstumo homenaje a Ireneo Funes.

Muchas veces he hablado de la memoria, de los recuerdos, del hecho de describir a un hombre solo por su pasado, o de éste como su principal material constitutivo. He llegado casi al punto de rendir culto a esta cualidad, simplemente porque a mi juicio memoria es sinónimo de aprendizaje, un hombre que no recuerda su historia está muerto desde el punto que empezó a olvidarla, así ésta inevitablemente sea "una historia llena de infamias" como sabiamente alguna vez apuntó Julio Cesar, o peor aun, como la ya manida frase, condenado a repetirla. Pero, hasta dónde la memoria?

Funes empezó su vida como un hombre corriente, diría más como un "cimarrón" que como un "Zarathustra" -como alguien llegó a describirlo-, en una locación olvidada del bien y del mal, donde los días son equivalentes a sus noches, simplemente transcurren. Corriente, salvo la particular capacidad de acertar la hora del día cuando se le inquiría. Sin embargo, en un fatídico o tal vez afortunado incidente, la vida de Funes cambió para siempre, momento a partir del cual dejó la vida de aquel que "vive como quien sueña: mirando sin ver, oyendo sin oír, olvidóndolo todo, o casi todo". Desde ese instante, perdió la capacidad de olvidar junto a gran parte de su movilidad, un mal menor según el propio Funes, quien veía su destino con sesgo positivo.

Por supuesto, para Funes era algo grandioso el hecho de recordarlo todo, considerando que de manera directa recordarlo todo implica aprenderlo todo. Absolutamente todo lo que pasaba por la vida de este hombre quedaba para siempre en su memoria, cada cosa que a bien tuviera pasar por sus ojos, por su nariz, por cualquiera de sus sentidos, quedaba allí para siempre.

Descuidadamente cualquier persona podría decir que esta capacidad es envidiable, yo me he encontrado afirmando al vació que sería deseable este don. Sin embargo, el final de Funes es el indicador de que la memoria, como cualquier cosa que pueda habitar los callejones de la conciencia humana tiene un límite que si no se respeta, terminará por convertirse en otra pesada carga, como si no hubiesen suficientes taras de las cuales deshacerse ya.

Conozco personas que aun con el paso de los años, algunos aspectos de sus vidas se han quedado paralizados, recordando, o mejor, rumiando un instante, una situación, una idea o un recuerdo. Personas con quienes es posible la extraña situación de encontrarles después de meses, incluso años y tener una conversación idéntica a la última, en resumen encontrarles en el mismo punto, viviendo día tras día su neurótica agonía. Inocente aquel que se pregunta el por qué de sus tristezas, mientras persiste en la necia empresa del recuerdo, mientras urde planes de un futuro pleno de acciones pretéritas. Algunos de estos planes incluyen, venganza, perdón, justicia, "abrir alas para volar" y demás expresiones de carácter similar; oh gloriosa vanidad!

"Sospecho, sin embargo, que no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos."

El momento presente es el verdadero don, o al menos su percepción dada la carencia de existencia de tal concepto, despreciado y subvalorado como todos y cada uno de los pocos conceptos útiles que existen.

Funes con el pasar del tiempo terminó reducido a una obscura habitación, rememorando cada instante pasado, preso de su propio don en donde el presente había prácticamente desaparecido. Recordar un día entero le tomaba igualmente un día, pero lo pensado o recordado pasaba a ser un nuevo recuerdo, así un día de recuerdos se convertía en dos, los dos anteriores se convertían en otros dos de recuerdos, y así ad infinitum, sin la esperanza de poder algún día salir de su ciclo.